Víctimas por la Paz: la tecnología del amor (por Mario Alberto Juliano)

 

Mercedes Leguizamón se paró y en forma decidida recorrió los pocos metros que la separaban de Carlos Damián Villacorta, de 21 años, que en febrero de este mismo año, colocándole un elemento punzante en la cabeza le había arrebatado la cartera. Se paró junto a él, le tendió los brazos, lo abrazó y le dijo que no lo quería perjudicar porque ya lo había perdonado. Los funcionarios judiciales que se encontraban en la Cámara Penal Segunda no podían salir del asombro de lo que presenciaban, acostumbrados a las frías fórmulas de la justicia penal. La actitud de la víctima llevó al fiscal Gustavo Bergesio a solicitar una pena inferior a la que hubiera pedido en otras circunstancias por el violento episodio: 3 años de prisión en suspenso. El juez, considerando las especiales circunstancias del caso disminuyó aún más la sanción y condenó a 2 años en suspenso.

El hecho, poco frecuente en los fríos edificios tribunalicios, pero no inusual, me recuerda un episodio similar, ocurrido el año pasado en los tribunales de General Roca (provincia de Río Negro) donde Alberto Suárez, de Villa Regina, perdonó a Sebastián Moncada, otro joven que lo había atacado a golpes para quitarle unas pocas cosas de valor. Alberto, un humilde jubilado, también abrazó a su agresor y le deseó que le fueran bien las cosas, haciendo brotar lágrimas de emoción a todos los presentes. Traigo a colación que tuve la suerte de compartir una actividad junto a Alberto y Sebastián, quienes dieron su testimonio frente a un público también emocionado, y finalizando con un nuevo abrazo fraternal.

También viene a mi memoria Sandra García, la mamá cordobesa de Micaela (24), que en plena audiencia perdonó a la ex pareja de su hija, el policía Jonathan Carlos Nievas y su amigo Luciano Andrés Giménez, quienes manipulando de modo imprudente el arma reglamentaria del primero (que, dicho sea de paso, jamás debió haber ingresado al domicilio particular) le descerrajaron un disparo que terminó en la cabeza y con la vida de la víctima. Sandra dijo que los perdonaba y que no les guardaba rencor.

Podría continuar relatando casos similares que hemos ido detectando desde hace dos años a esta parte y que nos llevaron a conformar el espacio denominado Víctimas por la Paz (www.victimasporlapaz.org) del cual forman parte Mercedes, Alberto y Sandra, pero esta columna resultaría reducida para contar tantas historias, por lo que invito a los interesados a visitar el sitio web e interiorizarse de los casos y los propósitos que movilizan a la agrupación.

Justamente, Víctimas por la Paz nuclea a personas que han sufrido todo tipo de delitos, ya sea en sus personas o en la de sus seres queridos y que entienden que el mejor camino para afrontar esas circunstancias no es el del odio y la venganza, sino la búsqueda de la convivencia y la integración. Mujeres y hombres que han perdido a sus hijos en hechos de violencia, víctimas de abusos sexuales, de secuestros, que han recibido disparos de armas de fuego, golpizas y, lo que es más común, delitos contra la propiedad, y que no obstante, están dispuestas a transitar el entendimiento, abandonando la multiplicación de la violencia.

Algunas personas lo hacen desde una profunda fe religiosa (como es el caso de Mercedes), otras desde una concepción ética y humanista que los lleva a reafirmar la bondad como dato distintivo del género humano. Unos pueden perdonar, aún ofensas gravísimas y no les interesa la respuesta que les pueda dar la Justicia. Otras no les resulta accesible la posibilidad del perdón (al menos de momento), pero reclaman juicios justos, sanciones proporcionadas y un trato digno en las cárceles, sin desentenderse de la suerte de sus victimarios. Todos distintos y diferentes, como distintos y diferentes somos los seres humanos.

Una propuesta de esta índole puede aparecer como difícil de comprender para muchas personas. Víctimas por la Paz dice que no se trata de ingenuidad ni candidez ni que les resulte indiferente lo que haya que hacer frente a los conflictos sociales. Por el contrario, se sostiene que la promoción de la pacificación social también es una forma de hacer justicia y despojarse de los lastres que, muchas veces, nos impiden seguir adelante con la vida.

En los dos años de vida Víctimas por la Paz, que se expande por todo el país y también en Uruguay, ha realizado múltiples actividades destinadas a hacer conocer una forma distinta de situarse frente a los conflictos, desde facilitar el encuentro entre personas enfrentadas por problemas muy serios, hasta transitar las cárceles para mostrar que se trata de dos mundos (el de víctimas y victimarios) que quizá no sean tan diferentes.

Cierro esta columna con palabras de Jaime Saavedra, el reformista uruguayo que nos inspira todos los días, y que nos dice que en épocas en que la humanidad ha dado tantos saltos cualitativos en la evolución de las ciencias puede que haya llegado la hora de impulsar la tecnología del amor.

 

Mario Alberto Juliano es coordinador de Víctimas por la Paz, Director Regional de la Asociación Pensamiento Penal y juez penal bonaerense.

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