Mi historia no ofrece ninguna nota de color, ni aristas que la haga diferente a otras similares o más dolorosas…
La puedo simplificar en un arrebato callejero por partes de dos personas, que desde una moto arrancaron de mi mano un bolso que contenía objetos de valor profesional….
Hasta ahí nada novedoso… lamentablemente.
Apasionado por el estudio de las conductas humanas y el valor del perdón, como hecho altamente constructivo entre dos personas que se ofendieron, tuve mi momento…
Hecho que no había experimentado en mi vida… y aseguro que lo busqué muchas veces como una quimera.
Reconozco que me sacudió y ordenó…
De pronto, en un segundo, pero sin tiempo, escuché un «Perdón doc…». Esa voz venia de la garganta o quizá del corazón de unos de los ocupantes de la moto. Me conoció…
Se alejaron. Mi mano quedo vacía por la falta del bolso.
Mi mirada penetrando la oscuridad, casi sin mirar y un sentimiento de aprendizaje interior que me estabilizo…. Por qué no sentí odio?
Debí sentirlo…
El pedido de perdón de esa persona me enseñó algo que comprenderé con el tiempo, porque va contra las leyes del enojo que debemos sentir ante una agresión.
Me enseñó que hay muchas maneras de crecer y evolucionar, hasta en el mismísimo dolor o en la propia impotencia.
Todo depende de uno mismo y de donde nos ubiquemos para pensar y sentir en forma armónica, teniendo en cuenta que todos somos falibles, imperfectos y condicionados por las circunstancias…
Un hecho. Una agresión… Sin enojo…
Y un aprendizaje para siempre, de ese eterno «Perdón doc…»